Símbolo imperecedero de la lucha contra la segregación racial, se negó a cederle su sitio a un blanco en 1995.
Una noche de diciembre de 1943, una silenciosa modista treinteañera decidió asistir a una reunión de activistas contra la persecución racial. En la violenta Alabama, Rosa Lee Parks nunca se había atrevido a acudir a sus encuentros, pero ese día quería ver a una vieja compañera de colegio que iba a asistir. Aquella amiga no apareció y, como la única mujer presente, Rosa fue elegida secretaria de la Coalición para el Avance de la Gente de Color en Montgomery. Cuando la propusieron, ella apenas asintió nerviosa.«Era demasiado tímida para decir que no», recordaba Parks en sus memorias, Quiet Strentgh.
Uno de los grandes misterios de su historia es cómo una mujer de aire sumiso, pocas palabras y ganas de pasar inadvertida pudo una década después -el 1 de diciembre de 1955- decir que no cuando un conductor de autobús le ordenó que cediera su asiento a un blanco, convertirse en líder feminista y desencadenar un boicot de 13 meses que acabó con la discriminación legal en el Sur.«Era muy callada. Como el agua quieta, pero que va calando», explica Jen Stinson, una sobrina-nieta que aún vive en Montgomery.«Hablaba tan poco y tan bajo Su voz era como un susurro cuando decía '¿qué podríamos hacer? ¿Qué harías tú?'», recuerda otra de sus herederas, Gale Matthews, quien ayudó en casa de Parks en la distribución de zapatos para quienes se pegaban largas caminatas por boicotear el transporte público tras su arresto.
Incluso su forma de decir que no aquella tarde del 55 delata un temperamento comedido. De regreso a casa después del trabajo en unos grandes almacenes, Rosa se sentó en la mitad del autobús: los negros debían hacerlo en las últimas filas; las primeras se reservaban a los blancos y las de en medio podían ser mixtas, mientras blancos y negros no se sentaran al lado. Cuando el autocar se empezó a llenar, varios pasajeros negros se levantaron para ceder sus sitios, pero Rosa permaneció inmóvil, mirando por la ventanilla la cartelera en el cine de enfrente: ponían el western A Man Alone (Un hombre solo). El conductor, James Blake, famoso por su gusto por insultar a las afro-americanas, le gritó: «¿Te vas a levantar?». Ante su negativa, Blake la amenazó: «Voy a hacer que te arresten». Con su inglés más educado y tranquilo, Rosa contestó: «You may do that» («podría hacer eso»).
Aunque los críticos de Parks no quieren ver a una inocente y agotada modista convertida en heroína y aseguran que su reacción fue un montaje de la NAACP, que eligió cuidadosamente a una mulata cuarentona de clase media para llevar el caso de la discriminación en los autobuses al Tribunal Supremo, lo cierto es que la callada explosión de Parks fue el resultado de una vida de desprecios y violencia. «Ella estaba cansada, pero no físicamente, sino de aceptar en silencio los abusos», comenta Gale Matthews.
A su alrededor, desde que nació en un pueblo de Alabama, Rosa conoció los linchamientos de vecinos negros, la privación de derechos y las humillaciones diarias al no poder usar las escuelas, las peluquerías, los hospitales, los baños y hasta las fuentes públicas de los blancos. Pero Parks también gozó de una preparación que no estaba al alcance de los negros. Ella estudió en un colegio alternativo e incluso siguió un curso de activismo en Tennessee.Además, trabajó para Virginia Durr, una blanca educada en la civilizada Costa Este que se involucró en la lucha contra el racismo y animó a Parks a presentar la denuncia ante el Supremo.
Rosa no fue la primera arrestada por no levantarse, pero sí quien tenía el perfil más angelical. «Lo que nunca le perdoné a Rosa es que no recordara a esas otras mujeres», cuenta Claudette Colvin, la primera detenida en un autobús en Montgomery con sólo 15 años.A diferencia de Parks, Claudette era pobre, estaba embarazada y su piel era muy oscura. «Debería ser un orgullo, pero sobre todo entonces había discriminación entre la misma comunidad contra quien era más negro», explica Colvin, que tiene hoy 65 años.
Tras la victoria en el Supremo en 1956, Parks se convirtió en un símbolo a veces a su pesar. En medio de los atentados contra los líderes negros y los autobuses mixtos, la tímida modista cambió Alabama por Michigan, donde vivió hasta su muerte. Allí quiso seguir cosiendo, aunque, rodeada de editores y representantes, acabó trabajando para el Congreso de EEUU, que le concedió la Medalla Presidencial en 1996.
Tras el fallecimiento de su marido, una amiga, Elaine Steele, se convirtió en su cuidadora y, según algunos miembros de la familia Parks, en su explotadora. Los últimos años casi no existieron para la heroína, afectada por una demencia que le impedía hasta salir de casa, pero Steele presentó en 1999 una demanda millonaria en su nombre contra un grupo de rap por usar en un estribillo la hazaña de Rosa.
Su gesto de desobediencia se ha convertido en un modo de hablar.Cuando en 1989 un estudiante chino desafió a un tanque en la plaza de Tienanmen, Nelson Mandela, dijo: «Ha sido un momento Rosa Parks».
Una noche de diciembre de 1943, una silenciosa modista treinteañera decidió asistir a una reunión de activistas contra la persecución racial. En la violenta Alabama, Rosa Lee Parks nunca se había atrevido a acudir a sus encuentros, pero ese día quería ver a una vieja compañera de colegio que iba a asistir. Aquella amiga no apareció y, como la única mujer presente, Rosa fue elegida secretaria de la Coalición para el Avance de la Gente de Color en Montgomery. Cuando la propusieron, ella apenas asintió nerviosa.«Era demasiado tímida para decir que no», recordaba Parks en sus memorias, Quiet Strentgh.
Uno de los grandes misterios de su historia es cómo una mujer de aire sumiso, pocas palabras y ganas de pasar inadvertida pudo una década después -el 1 de diciembre de 1955- decir que no cuando un conductor de autobús le ordenó que cediera su asiento a un blanco, convertirse en líder feminista y desencadenar un boicot de 13 meses que acabó con la discriminación legal en el Sur.«Era muy callada. Como el agua quieta, pero que va calando», explica Jen Stinson, una sobrina-nieta que aún vive en Montgomery.«Hablaba tan poco y tan bajo Su voz era como un susurro cuando decía '¿qué podríamos hacer? ¿Qué harías tú?'», recuerda otra de sus herederas, Gale Matthews, quien ayudó en casa de Parks en la distribución de zapatos para quienes se pegaban largas caminatas por boicotear el transporte público tras su arresto.
Incluso su forma de decir que no aquella tarde del 55 delata un temperamento comedido. De regreso a casa después del trabajo en unos grandes almacenes, Rosa se sentó en la mitad del autobús: los negros debían hacerlo en las últimas filas; las primeras se reservaban a los blancos y las de en medio podían ser mixtas, mientras blancos y negros no se sentaran al lado. Cuando el autocar se empezó a llenar, varios pasajeros negros se levantaron para ceder sus sitios, pero Rosa permaneció inmóvil, mirando por la ventanilla la cartelera en el cine de enfrente: ponían el western A Man Alone (Un hombre solo). El conductor, James Blake, famoso por su gusto por insultar a las afro-americanas, le gritó: «¿Te vas a levantar?». Ante su negativa, Blake la amenazó: «Voy a hacer que te arresten». Con su inglés más educado y tranquilo, Rosa contestó: «You may do that» («podría hacer eso»).
Aunque los críticos de Parks no quieren ver a una inocente y agotada modista convertida en heroína y aseguran que su reacción fue un montaje de la NAACP, que eligió cuidadosamente a una mulata cuarentona de clase media para llevar el caso de la discriminación en los autobuses al Tribunal Supremo, lo cierto es que la callada explosión de Parks fue el resultado de una vida de desprecios y violencia. «Ella estaba cansada, pero no físicamente, sino de aceptar en silencio los abusos», comenta Gale Matthews.
A su alrededor, desde que nació en un pueblo de Alabama, Rosa conoció los linchamientos de vecinos negros, la privación de derechos y las humillaciones diarias al no poder usar las escuelas, las peluquerías, los hospitales, los baños y hasta las fuentes públicas de los blancos. Pero Parks también gozó de una preparación que no estaba al alcance de los negros. Ella estudió en un colegio alternativo e incluso siguió un curso de activismo en Tennessee.Además, trabajó para Virginia Durr, una blanca educada en la civilizada Costa Este que se involucró en la lucha contra el racismo y animó a Parks a presentar la denuncia ante el Supremo.
Rosa no fue la primera arrestada por no levantarse, pero sí quien tenía el perfil más angelical. «Lo que nunca le perdoné a Rosa es que no recordara a esas otras mujeres», cuenta Claudette Colvin, la primera detenida en un autobús en Montgomery con sólo 15 años.A diferencia de Parks, Claudette era pobre, estaba embarazada y su piel era muy oscura. «Debería ser un orgullo, pero sobre todo entonces había discriminación entre la misma comunidad contra quien era más negro», explica Colvin, que tiene hoy 65 años.
Tras la victoria en el Supremo en 1956, Parks se convirtió en un símbolo a veces a su pesar. En medio de los atentados contra los líderes negros y los autobuses mixtos, la tímida modista cambió Alabama por Michigan, donde vivió hasta su muerte. Allí quiso seguir cosiendo, aunque, rodeada de editores y representantes, acabó trabajando para el Congreso de EEUU, que le concedió la Medalla Presidencial en 1996.
Tras el fallecimiento de su marido, una amiga, Elaine Steele, se convirtió en su cuidadora y, según algunos miembros de la familia Parks, en su explotadora. Los últimos años casi no existieron para la heroína, afectada por una demencia que le impedía hasta salir de casa, pero Steele presentó en 1999 una demanda millonaria en su nombre contra un grupo de rap por usar en un estribillo la hazaña de Rosa.
Su gesto de desobediencia se ha convertido en un modo de hablar.Cuando en 1989 un estudiante chino desafió a un tanque en la plaza de Tienanmen, Nelson Mandela, dijo: «Ha sido un momento Rosa Parks».